Quisiera escribir los versos más bellos esta noche, pero el poeta nunca se despertó y sigo prefiriéndo el mar al arroyo de la montaña. Malasaña de día y de noche con sol, no lluvia (en este caso me da cobijo la casa de América) fue una buena amiga. A veces (casi siempre) su vecino el Tigre, atestado, perdía su serenidad en el arco iris de Chueca. En la luz dorada o morada o cromada, Madrid se dejaba percibir desde Egipto (Debod) o Buenos aires, lugares no tan remotos. Cosas muy simples quedaron grabadas, como símbolos, en mi memoria.